miércoles, agosto 01, 2007

Lectura de Agosto

José Miguel

La vida cambia en muy poco tiempo y creo que es hora de actualizar este registro de mi vida. Desde que tengo conciencia siempre traté de separar lo fácil de lo correcto y de saber escoger entre las buenas y malas influencias.
Mis papás eran buenas personas, comprensivos, amables, pero ni todo el oro del mundo podría haber detenido la gigante ventisca que se avecinaba.
Como a los trece años, conocí a Diego, mi príncipe azul montado en su corcel, que provenía de una familia conservadora del sector norte de la capital y luego de años de amistad, coqueteo, flores, chocolates, cartas de amor, paseos al campo y besos, iniciamos una relación más formal. Él, como hombre, era un sueño hecho realidad: educado, amable, cariñoso y romántico y decidí hacerle caso a mis locas hormonas que saltaban al sentirlo cerca.
Inocente de mí al no cuidarme, los mareos, vómitos y antojos me persiguieron constantemente sin piedad. No podía creerlo, había cometido el error del cual tanto nos habían hablado, educado y sermoneado durante la educación básica y lo que llevaba de enseñanza media. Ahora vendría el momento mas difícil: contárselo a Diego, a mamá y a papá. Podría haber esperado lo peor de mis padres, que me echaran de la casa, que no me hablaran e incluso que me obligaran a abortar, pero me equivoqué. Diego al saber que estaba embarazada y que el hijo era de él, se lavó las manos como Poncio Pilatos. Me restregó en la cara el hecho de no haberme cuidado ante un posible embarazo, y que la culpa había sido mía. Diego era todo para mí, ni con mis papás se formaba ese vínculo de confianza que tenía con él y ¡zas! en un segundo lo rompió como un juguete viejo y feo.
Luego, en casa, mi madre al saber la noticia cubrió con sus manos su rostro conmocionado y lleno de lágrimas de dolor y se encogió en el oscuro sillón del living. Pasaron incómodos minutos en los cuales sentí que dentro del corazón y la mente de mi madre se reflejaba una lucha de sentimientos, intensa, peligrosa y crucial. Fue entonces cuando mi madre se levantó de sus cenizas, como un glorioso fénix que alzaba su majestuoso vuelo. Secó sus lágrimas, levantó el mentón y me abrazó. Por primera vez sentí a mi madre verdaderamente cerca.
Al continuar hacia el escritorio de mi padre, sentí que caminaba en una cuerda floja, un paso en falso y moriría.
Lágrimas de orgullo fluyeron de aquellos cansados ojos, su alma seca, dejó caer la noticia de mi embarazo como una semilla en un fértil campo. Rompiendo con fuerza mí pronostico de rechazo paterno, aquella triste figura se llenó de optimismo, alegría y hasta orgullo. Esa gruesa capa de polvo que cubría nuestra relación padre-hija desapareció junto con el distanciamiento de años. Adivinó que Diego no había querido asumir su paternidad, huyendo bajo las faldas de su madre.
Después de dolorosos, alegres, reflexivos y familiares nueve meses dieron paso a mi nueva razón de vivir: José Miguel. El me enseñó que lo más importante es la familia, me enseñó a madurar, a ver las cosas de esta otra perspectiva y, por supuesto… a ser madre.

FIN




Autora : Carolina Araya Madariaga
Curso : 1 Medio"A" 2007

Este relato participó en el 4to Concurso Interescolar de Cuentos organizado por la Universidad Andrés Bello. ¡Felicitaciones Carolina!



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posted by profe_pm