sábado, marzo 03, 2007

El Sargento Dodó

El sargento Dodó

Hoy desperté con los párpados hinchados. Soy un tronco seco a mitad de esta cama. Mi cuarto, como si supiera, se mantiene en penumbras. Recuerdo mi sueño. No fue cansado, pero sí angustioso. Un hombre viejo, contrahecho, vagaba por las calles, volteaba, clavando sus ojos nublados en los míos. Froto mis ojos y su recuerdo me llega de repente. Ese hombre era alguien que conocí hace mucho tiempo. Hago memoria...

El sargento Dodó es un niño que siempre anda sucio. Su cabello a rape y sus ojos de histérico terminan por afear su aspecto; por si fuera poco es mudo...

En la vecindad las mujeres siempre le arrojan agua sucia de los lavaderos mientras sus risotadas danzan frente al rostro molesto del andrajoso. Los hombres mayores le preguntan si "ya ha hecho cosas" y él interpreta esas palabras porque frota obscenamente sus partes, provocando que los mayores rían de sus gestos.

El sargento Dodó no juega con nadie. O nadie juega con él porque no es como nosotros. Desde muy temprano acompaña a su madre -dicen que una vez se prendió fuego ella misma cuando la dejó el marido-, para comprar baratijas en el mercado. El mudo avanza a trompicones con su atado a cuestas y la deforme mujer, detrás de él, le golpea por ratos con una vara para obligarle a caminar de prisa. Cuando llegan a su casa, cuya puerta da hacia la calle, acomodan la mercancía para ofrecerla a quienes pasan por ahí.

Por las tardes, antes de que caiga la noche, Dodó asoma su feo rostro hacia el patio de la vecindad. Parece una rata olfateando queso por el hueco de la puerta. Después corre rápidamente entre los lavaderos y se coloca en buena posición para ver cómo jugamos, mientras chupa incansablemente su pulgar mugroso.

Nunca lo invitamos a nuestras actividades, además su aspecto sucio nos incita a tratarlo mal. Él se defiende lanzándonos sonidos guturales o gemidos que seguramente deben ser malas palabras. Todos reímos y empezamos a pegarle con piedrecitas hasta que su horrible mamá sale para espantarnos o lo toma de la oreja y le sacude mientras lo arrastra. Es el mismo espectáculo, día a día. Siento pena por él, quisiera, a veces, defenderlo, pero los demás se burlarían de mí.

Hoy es domingo, salgo a jugar con mi nuevo trompo mientras el resto de mis compañeros empiezan a dejarse ver por el patio comunal. Escucho ruidos extraños, volteo... El sargento Dodó me ve desde su fortaleza, instalada ahora en los lavaderos, mientras se chupa el dedo. Empieza a sonreir estúpidamente y deja escapar esos ruidos extraños. Me siento algo incómodo...

Dodó insiste en su estúpida risa y comienza a lanzarme trocitos de jabón seco. Veo que no hay nadie cerca, entonces le invito a jugar. Él se acerca lento y de improviso se apodera rápidamente de mi juguete y escapa rumbo a la calle. Logro detenerlo antes de que llegue a la puerta de la casa, lo jalo del hombro, le propino un buen golpe en plena espalda y recupero mi juguete. Él se agacha indefenso, dobla sus brazos sobre el pecho como un pollo rostizado, me ve con sus ojos nublados... Siento una gran pena por él...

Me siento tan mal que quiero obsequiarle mi trompo, pero volteo y mi padre me observa desde lejos, su mirada fija y tranquila me indica lo que debo de hacer...

Veo el rostro contrahecho, con el pulgar en la boca, la mugre untada a su piel..., cierro los ojos y lanzo mi puño fuertemente hacia delante, le pego con el trompo en la frente y me doy la vuelta, triste, muy triste porque mi padre aguarda con esa sonrisa de satisfacción en sus labios.

Autor: José Luis Vasconcelos
tomado de www. elcuento.com/textos

¿Tu le habrías regalado tu trompo?

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posted by profe_pm